El arrepentimiento de mi exesposo - Capítulo 1114
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Capítulo 1114:
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Entonces Farrell parpadeó, engañado por el lento avance de Noah. Su tensión se relajó. Su agarre sobre Sadie se aflojó, solo un poco.
Eso fue todo lo que hizo falta. Y en un abrir y cerrar de ojos, el equilibrio se rompió.
Un destello agudo atravesó los ojos de Noah: frío, concentrado, mortal. Antes de que Farrell pudiera reaccionar, Noah se abalanzó hacia adelante y le agarró la muñeca con la que sujetaba la daga.
—¡Ah! —Farrell soltó un grito cuando un dolor abrasador le atravesó el brazo. Sus fuerzas se desvanecieron en un instante.
La hoja se le escapó de los dedos y cayó al suelo con un ruido metálico. Noah no se detuvo. Con una eficiencia despiadada, le torció el brazo a Farrell y lo estrelló contra el suelo.
En cuestión de segundos, los agentes se abalanzaron sobre él. Lo derribaron sin dudarlo, inmovilizándolo antes de que pudiera siquiera pensar en defenderse.
Por fin, Sadie exhaló el aire que no se había dado cuenta de que estaba conteniendo.
Casi por instinto, llevó la mano al vientre. Fue entonces cuando lo sintió: algo húmedo le resbalaba por la pierna.
Bajó la mirada. Gotas de sangre brillante salpicaban el suelo pulido, vívidas y espantosas.
La luz del sol entraba por las ventanas, dura y cegadora.
Un mareo se apoderó de Sadie, robándole las últimas fuerzas. El suelo se inclinó bajo ella y, antes de que pudiera recuperarse, su cuerpo cedió y se derrumbó.
Pero no llegó a tocar el suelo. Algo cálido la detuvo en su caída: unos brazos la rodearon con firmeza y fuerza.
Noah contuvo el aliento al ver la sangre que empapaba la falda de ella.
La tomó en sus brazos sin decir una palabra y corrió hacia la salida.
—¡Sadie, quédate conmigo! ¡No te atrevas a cerrar los ojos!
Veinte minutos más tarde, Noah irrumpió en la sala de urgencias como un poseso, sosteniendo el cuerpo inerte de Sadie contra su pecho.
—¡Doctor! ¡Necesito un médico! —gritó, agarrando la manga del médico más cercano—. ¡Tiene que salvarla, cueste lo que cueste!
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Sorprendido, el médico se quedó paralizado durante un segundo antes de fijar la mirada en Sadie. Su expresión cambió de inmediato.
La falda de Sadie estaba empapada en sangre, el rojo vivo traspasaba la tela, un espantoso desastre que denotaba urgencia y peligro.
«¡Llévenla al quirófano! ¡Rápido!».
Sin perder un instante, hizo una señal a una enfermera. Una camilla entró antes de que terminara de dar la orden.
Trasladaron a Sadie con cuidado, con la piel pálida como la de un fantasma y gotas de sudor frío pegadas a la frente.
Noah se quedó rígido como una estatua, observando impotente cómo se la llevaban.
Las puertas del quirófano se cerraron de golpe con un ruido sordo.
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