El arrepentimiento de mi exesposo - Capítulo 1112
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Capítulo 1112:
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El rehén era demasiado importante para ellos como para correr riesgos. No podían permitirse meter la pata.
¿Cómo debían manejar esto?
En ese momento, una voz fría y tranquila rompió la tensión. «Llevárosla no os servirá de nada».
Todos se volvieron hacia el sonido. ¿Quién estaba hablando?
Sadie levantó la cabeza y allí estaba él.
Una figura alta emergió de entre la multitud, con paso tranquilo y firme. Su máscara plateada brillaba a la luz.
Noah.
Sadie apretó los puños.
¡Aún no se había recuperado del todo! ¿Qué hacía allí? ¿Y si le volvía a pasar algo?
Su mente daba vueltas preocupada, esta vez por el hombre obstinado que estaba frente a ella.
La presencia de Noah era como una fuerza opresiva que se extendía por toda la habitación.
Avanzó lentamente, con la mirada fija en Farrell.
El oficial al mando se adelantó para interceptarlo, con el ceño fruncido.
—¿Quién es usted? Esta es una escena del crimen activa. Está prohibido el acceso a civiles.
—¿Cree que puede decidir en nombre de la familia Wall?
El que habló era un oficial más joven, su voz apenas se oía. La mujer que Farrell sujetaba con fuerza no era una rehén cualquiera. Era la presidenta del Grupo Wall.
Farrell miró fijamente a Noah. Esa mirada fría le hizo sentir un escalofrío recorriendo su espalda.
Su paciencia se estaba agotando. Apretó con más fuerza la daga y la acercó al cuello de Sadie.
Sadie podía sentir un cálido rastro de sangre resbalando por su cuello.
—¿Sí o no? Decídete. Si esperas un segundo más, ¡le cortaré el cuello!
Noah giró ligeramente la cabeza y miró al oficial al mando con una expresión que decía: «Yo me encargo».
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Avanzó con paso firme y se detuvo a tres metros de Farrell.
—Déjala ir —dijo Noah—. Soy Noah Wall. Soy el dueño del Grupo Wall. Si esto es por dinero, estás perdiendo el tiempo. Ella no es a quien buscas.
Farrell se quedó rígido, paralizado por la sorpresa. Su cerebro se negaba a asimilar lo que acababa de oír.
¿Noah Wall? Eso era imposible. Se suponía que ese hombre estaba muerto. Entonces, ¿quién demonios estaba allí?
Noah se movió con tranquila seguridad mientras levantaba la mano y se quitaba la máscara plateada. Debajo había un rostro tan notable que le resultó familiar al instante: el mismo que había aparecido una y otra vez en las portadas de las revistas financieras.
Una repentina oleada de reconocimiento recorrió la multitud, extendiéndose como una onda y dejando a todos paralizados, demasiado atónitos para creer lo que veían. El pánico se apoderó de Farrell. Le empezaron a temblar las manos y la daga se le aflojó en la empuñadura.
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