Destinada a mi gran cuñado - Capítulo 235
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Capítulo 235:
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Sophia se aseguró de levantarse temprano a la mañana siguiente para no llegar tarde al trabajo. Como ya no tenía clases, podía trabajar todo el día.
Cuando estuvo lista, bajó las escaleras. Vio a su madre preparando la mesa para el desayuno.
—Buenos días, mamá.
—Buenos días.
Mientras Sophia ayudaba a su madre, las dos se sentaron juntas a la mesa.
«Hoy voy a ver a una amiga», dijo su madre.
Sophia le sonrió. «Qué bien».
«Su hija se va al extranjero a seguir estudiando».
Sophia se sorprendió al oírlo. «Vaya».
Las chicas que viajaban al extranjero y vivían su propia vida se consideraban independientes.
«¿Y su madre?», preguntó Sophia con curiosidad.
Su madre le puso más comida en el plato y le dijo: «Come más».
Sophia le sonrió y asintió con la cabeza. Mientras masticaba, oyó a su madre continuar: «¿Y su madre? No hay nada de qué preocuparse. Tiene dos hijos. Ellos la cuidarán. No debería impedir que su hija cumpla su sueño».
Sophia dejó de comer. Le sorprendió la forma de pensar de su madre. No pudo evitar sentirse afortunada por tener una madre como ella.
Su madre siempre les había inspirado a ella y a su hermano a seguir sus sueños. Abraham quería ser gamma y ella nunca le desanimó. Le apoyó hasta que consiguió su objetivo. Lo mismo ocurrió con Sophia: su madre la animó a centrarse en sus estudios de empresariales.
Después de un rato, justo cuando Sophia se disponía a marcharse, oyó que llamaban a la puerta.
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—Voy a ver quién es —le dijo Sophia a su madre mientras se dirigía hacia la puerta.
En cuanto abrió, se quedó con los ojos como platos.
Dejó escapar un grito ahogado al ver a la persona que estaba allí.
—¡HERMANO!
Abraham estaba allí de pie, con una amplia sonrisa en el rostro.
Sophia se apresuró a abrazarlo, todavía sin poder creer que estuviera viendo a su hermano. Cuando Abraham abrazó a su hermana, la mochila que llevaba al hombro se le cayó al suelo.
«¿Cómo estás, tonta?».
«Hermano, te he echado mucho de menos», murmuró ella, abrazándole el cuello. Las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Su madre se apresuró a acercarse a la puerta y se detuvo. Sus ojos se iluminaron de felicidad.
«¡Abraham, hijo mío! ¡Has vuelto!».
Sophia soltó el abrazo y dejó que Abraham se reuniera con su madre.
Abraham abrazó a su madre, que lloraba sobre su pecho.
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