Destinada a mi gran cuñado - Capítulo 132
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Capítulo 132:
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En cuanto la oyó, se detuvo. Cuando la miró, se dio cuenta de que tenía lágrimas en los ojos.
Se dio cuenta de que había estado a punto de perder el control.
¿La había hecho sentir incómoda?
Inmediatamente trató de retroceder, frunciendo el ceño. Pero ella no retiró las manos de su cuello, manteniéndolo en su lugar.
«¿P-Puedo llamarte c-compañero?», preguntó, dándose cuenta de que no podía vivir sin ese hombre.
Él era su compañero, y lo único que quería ahora era estar cerca de él. La forma en que la hacía sentir era algo que nunca había imaginado.
Nunca había estado tan cerca de nadie, ni siquiera de Bruce. Lo único que habían hecho juntos era besarse, y ella siempre había impedido que Bruce le tocara el cuerpo cada vez que lo intentaba. Tenía miedo de que él perdiera el control y acabaran teniendo sexo. Aunque en aquel entonces quería entregarse a Bruce, algo siempre la detenía.
Ahora se daba cuenta de lo que la había detenido.
Era su loba.
Su loba debía de haber sentido que Bruce no era su compañero. Por eso le impedía ir más allá.
Bryan la miró fijamente sin responder. Ella pensó que no le había gustado lo que le había preguntado.
Temía que, por eso, la ternura de sus ojos desapareciera.
No quería que volviera a ser frío con ella.
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Le soltó el cuello. Él se enderezó. Ella miró su alta figura, que momentos antes se cernía sobre ella.
Nunca en su vida había estado tan cerca de otro hombre. Solo le había dado permiso para hacerle lo que quisiera.
Aceptaría tener una relación con él, aunque fuera sin compromiso, si eso era lo que él quería.
Después de respirar hondo, se puso de puntillas y le abrazó por el cuello.
Bryan se sorprendió por su repentina acción. Ella cerró los ojos y murmuró
«Estoy dispuesta a hacer lo que tú quieras. Pero sé completamente mío y nunca me hagas daño, cariño».
Él se quedó mirando la pared en blanco, sin responder ni devolverle el abrazo.
Ella sintió su actitud distante y rompió el abrazo.
Asustada por su silencio, casi lloró, pensando que no le importaban sus palabras.
Bajó la cabeza y se secó las comisuras de los ojos.
Al cabo de un rato, lo vio moverse. Levantó la cabeza y lo vio quitarse la chaqueta del traje.
Sin mirarla a los ojos, aunque ella ansiaba encontrar su mirada, él la envolvió con la chaqueta.
Se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la puerta trasera. «Vamos. Se está haciendo tarde».
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