De Exesposa Humilde a Magnate Brillante - Capítulo 841
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Capítulo 841:
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El rostro de Yolanda palideció por la aguda punzada de vergüenza, con los ojos brillantes por las lágrimas que se negaba a dejar caer. Aun así, esbozó una sonrisa forzada.
«¿Ves? No aprecia nada. ¿Por qué molestarse en ser amable con ella?». Katie temblaba de furia, deseando abalanzarse sobre Christina y montar una escena.
«No pasa nada. Puedo soportarlo», murmuró Yolanda, manteniéndose fiel a su personalidad amable y comprensiva. «Quizás Christina todavía nos guarde rencor, pero al final cambiará de opinión».
La frustración de Brendon aumentaba por segundos. Christina no solo le había arrebatado el cuadro que él deseaba desesperadamente, sino que además se comportaba con superioridad, negándoles por completo el más mínimo respeto. Apretó los puños a los lados mientras la observaba alejarse, con la ira subiéndole por la garganta.
Pero justo cuando abrió la boca para decir algo, el director de la casa de subastas intervino. «Por favor, vuelvan a sus asientos. La subasta se reanudará en breve. Si causan otra perturbación, la próxima vez no seremos tan indulgentes».
Brendon no tuvo otra opción. Tragándose su orgullo, llevó a Katie y Yolanda de vuelta a sus asientos.
Una vez superida aquella breve conmoción, la subasta siguió adelante.
Después de conseguir el cuadro, Christina no encontró nada más que le interesara especialmente. Se quedó sentada, esperando que apareciera algo adecuado para Davina. Quería comprarle un regalo.
Finalmente, la subasta llegó a su fin.
Justo cuando Christina se levantó para marcharse, una risa burlona resonó a sus espaldas.
«La basura por la que has pagado de más no vale ni un centavo. Se te nota a leguas que eres una pringada», se burló Moss.
Tenía pensado alardear de su recién adquirida colección de sellos y burlarse de ella por estar demasiado arruinada para competir. Pero la realidad le golpeó como una bofetada: Christina le había engañado. No era que no pudiera pujar, sino que había subido deliberadamente el precio para atraerle a una trampa. Esa colección de sellos nunca tuvo que alcanzar los ochenta millones. La única razón por la que se había disparado tanto era porque ella había seguido subiendo la apuesta.
Moss estaba furioso. Christina le había costado una fortuna y no iba a dejarlo pasar. Así que, una vez terminada la subasta, la localizó, deseoso de descargar su ira.
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Christina esbozó una leve sonrisa. —¿En serio? En comparación con tu colección de sellos, las dos piezas que he ganado son mucho más valiosas.
Su tono sereno solo avivó las llamas de la furia de Moss. Él respondió bruscamente, con la voz llena de indignación: «¡Son unos pedazos de basura sin valor!».
«Déjame darte un pequeño consejo. ¿Conoces el cuadro Plumas de lo divino? A un multimillonario de primer nivel le gusta mucho». Christina esbozó una sonrisa astuta. «Deberías saber que comerciar con algo que le gusta a un multimillonario puede reportar beneficios mucho mayores de lo que imaginas. Solo con este cuadro podría conseguir recursos con los que ni siquiera podrías soñar, mucho más allá del precio que pagué».
Hizo una pausa para causar efecto y luego pronunció las siguientes palabras con una sonrisa afilada como una navaja. «¿Y esos sellos que compraste? Te garantizo que nunca se acercarán al precio que pagaste por ellos. O los vendes por cuatro duros o se pudrirán en tus manos».
La expresión de satisfacción de Moss se desmoronó. Su rostro se tiñó de un tono rojo intenso, ardiendo de humillación y rabia. «¡Maldita mujer!», rugió, levantando de repente la mano derecha con la intención de abofetearla.
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