De Exesposa Humilde a Magnate Brillante - Capítulo 752
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Capítulo 752:
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Este espantoso sistema de carreras mortales era una creación de Terrence, y nadie sabía que él era el verdadero titiritero detrás de la arena de vida o muerte. Esta arena era la joya de la corona de su incansable trabajo. Para cualquiera que pereciera bajo su diseño, era, según sus estándares, un honor.
Pero en ese momento, por una vez, la sonrisa burlona que siempre adornaba el rostro de Terrence desapareció, sustituida por una rara expresión de solemnidad. Sus ojos color zafiro brillaban con un destello gélido y, aunque su expresión seguía siendo fría y distante, un destello de inquietud lo delató.
Esta vez, no podía mantener su habitual actitud relajada. Su postura se tensó, su cuerpo se puso rígido y sus ojos se fijaron en la emocionante carrera que se desarrollaba en la enorme pantalla. Su mirada permaneció fija en el coche de Christina y, sin darse cuenta, apretó los puños con fuerza.
En ese momento, lamentó amargamente no haber diseñado un sistema de control de emergencia en los coches. Si pudiera saltarse las reglas y tomar el control, lo haría, solo para asegurarse de que Christina saliera con vida, aunque su ritmo cardíaco ya hubiera superado el límite de peligro. La convertiría en la primera y única persona en ganar a pesar de tener un ritmo cardíaco inestable. ¡Cualquiera que se atreviera a cuestionarlo se enfrentaría a su ira!
Pero la realidad no se preocupaba por los «qué pasaría si…». Nunca había imaginado que entre los competidores de una carrera mortal habría alguien a quien querría proteger a toda costa.
Cuanto más ansioso se sentía, más difícil le resultaba apartar de su mente la imagen imaginaria de Christina envuelta en llamas. Ese pensamiento lo hacía retorcerse. ¡Maldita sea! ¿Por qué no la había impedido participar en una carrera tan brutal y sin retorno? ¿Por qué la había dejado decidir por sí misma?
En aquel momento, se había dejado cegar por su confianza inquebrantable, su mirada tranquila, convencido, como un tonto, de que ella ganaría.
La mirada de Terrence se volvió letal al fijarse en Alfred. Ese hombre más bien rezara para que Christina saliera con vida. Porque, aunque cruzara la línea de meta, no viviría lo suficiente para disfrutarlo.
Al percibir la furia que emanaba de Terrence, sus guardias y ayudantes instintivamente contuvieron el aliento y se quedaron completamente quietos, tratando de no llamar su atención. Cuando Terrence perdía los estribos, acabar con una vida era tan fácil como chasquear los dedos. Para él, las personas no eran más que piezas en un tablero de ajedrez. Si le apetecía, podía hacer que todas bailaran a su son.
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Al igual que esos jugadores compulsivos en la arena de la vida y la muerte, que lo arriesgaban todo pensando que ganarían el premio gordo y alcanzarían la fortuna, no eran más que juguetes con los que Terrence se divertía. Y lo mismo ocurría con los luchadores del ring de boxeo clandestino, golpeados, destrozados o asesinados en el ring: también eran marionetas que actuaban para su entretenimiento.
La codicia humana era como abrir la caja de Pandora: una vez desatada, se negaba a cerrarse. Solo crecía, cada vez más profunda y voraz, como un agujero negro que no se podía llenar. Y cuando la capacidad de alguien no lograba seguir el ritmo de sus deseos, se tambaleaba al borde de la condenación.
Alfred era el ejemplo perfecto: impulsado por una codicia insaciable, siempre buscando más. Incluso después de amasar una fortuna suficiente para varias vidas, no estaba satisfecho. Seguía apostando su vida como si fuera calderilla.
En el momento en que los jugadores saboreaban el éxito, caían en la ilusión de que estaban destinados, nacidos para ser los protagonistas de su propia historia. Pero nunca veían el precio que tenía esa fantasía: la sentencia de muerte grabada en cada paso imprudente que daban.
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