De Exesposa Humilde a Magnate Brillante - Capítulo 353
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Capítulo 353:
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«¡Viene la policía! ¡Justo detrás de ti!».
Algunos curiosos se dispersaron instintivamente, sin querer arriesgarse a tener un encontronazo con la ley.
Pero Christina se mantuvo firme. No iba a dejar que se escapara sin pagar.
Se abalanzó sobre él, lo agarró por el cuello y lo tiró al suelo.
Sin previo aviso, le dio un puñetazo en el ojo izquierdo, dejándolo gritando de dolor.
«¡Ah, maldita sea!», gritó el hombre delgado, agarrándose la cara.
«¿Estás loca? ¿Qué te pasa?».
«Esto es lo que te pasa por intentar esquivar lo que debes», replicó Christina, tirándolo al suelo y colocando su pie firmemente sobre su pecho.
«Has perdido. Es hora de pagar. Y si andas tan mal de dinero, estoy más que dispuesta a aceptar otra forma de pago».
Su sonrisa se hizo más amplia cuando sus ojos se desviaron deliberadamente hacia el espacio entre las piernas de él.
El terror le quitó todo el color de la cara. Se apresuró a cubrirse con ambas manos.
«¡No llegarías tan lejos!».
Christina resopló. Todos los hombres eran iguales. Incluso con disfunción eréctil, seguían tratando sus penes como si fueran algo invaluable.
«Si te atreves a incumplir esta apuesta, te quitaré lo que te queda de orgullo».
Su voz era gélida, y sus ojos lo desafiaban a poner a prueba su determinación.
Una aura imponente emanaba de Christina, sofocando al hombre delgado y dejándolo atónito.
Cerca de allí, el anciano sintió su formidable presencia y agudizó la vista. Impresionado, pensó que tal vez esa mujer fogosa podría mantener a raya a su rebelde nieto.
El hombre delgado estaba dispuesto a plantarse, negándose a pagar pasara lo que pasara. Pero ante el fuego mortal de sus ojos, y su amenaza dirigida directamente a su entrepierna, su rebeldía se derrumbó por completo. No había nada en sus ojos que indicara que estaba mintiendo. Ella cumpliría su palabra. Sin duda. Una lunática absoluta.
La frustración luchaba con la humillación mientras apretaba la mandíbula. A regañadientes, cedió.
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«¡Está bien! ¡Transferiré el dinero! ¡Pero quita el pie de mi pecho!».
«No hasta que se haya hecho la transferencia».
Christina no se movió y le acercó el teléfono a pocos centímetros de la cara.
Sin otra opción, envió a regañadientes los primeros cien mil dólares.
Ella no perdió el tiempo.
«Eso no es todo. Me debes otro millón», añadió con voz fría como el acero.
En un principio, la apuesta era solo de cien mil, siempre y cuando ninguno de los dos hiciera trampa. Pero en el momento en que él amañó el juego e incluso tuvo la osadía de acusarla, se lo buscó él mismo. Al fin y al cabo, fue él quien estableció la penalización de un millón por hacer trampa. Su juego sucio solo confirmó que había estado tramando robarle el dinero con sus trucos baratos.
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