De Exesposa Humilde a Magnate Brillante - Capítulo 352
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Capítulo 352:
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«¡Paga!», espetó el hombre delgado. «O llamaré a mis chicos, y créeme, no tardarán en llegar».
«Tú eres el que debería entregar el dinero», respondió Christina, con su voz tranquila de siempre.
Levantó el cubilete y lo mostró a todos.
«Has estado haciendo trampas desde el principio».
Con un movimiento rápido del pulgar, pulsó un botón oculto en la base del cubilete.
Al instante, la multitud vio cómo se podía manipular el resultado de los dados.
Se escucharon gritos de indignación al descubrir la verdad.
«¡Así es como conseguía tiradas perfectas! ¡Pensaba que era pura habilidad!».
«Yo realmente creía que solo tenía suerte, pero resulta que no es más que un tramposo».
«¿Amiguismo delante de todos nosotros? ¡Alguien debería darle una lección!».
El hombre delgado retrocedió tambaleándose, tomado por sorpresa.
No esperaba que ella descubriera su estafa.
Un nudo de pánico se le formó en el estómago.
¿Cómo había descubierto su truco?
¿Sabía desde el principio lo de la copa?
—¡Tú… tú sabías que la taza estaba trucada y aun así jugaste conmigo! ¡Me tendiste una trampa! —gritó, señalándola con el dedo.
La rabia y la humillación se agitaron en su interior.
Christina se encogió de hombros con desdén y sacó su teléfono.
«Las excusas no pagan la cuenta. Transfiere 1,1 millones. Ahora».
Los ojos del hombre delgado se abrieron como platos al mirar a Christina.
«¿Te has oído? ¡Es indignante que me pidas 1,1 millones!».
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Perder cien mil dólares ya era bastante doloroso, añadir un millón parecía un delito.
Las reglas eran las reglas, y Christina no dudó.
«Tú mismo fijaste la penalización. Los tramposos pagan un millón. Perdiste y amañaste el juego. Es hora de pagar».
Una risa hueca escapó de los labios del hombre delgado.
«¡Pero tú también hiciste trampa!».
Christina esbozó una sonrisa burlona.
«¿Tienes alguna prueba? Muéstrame dónde hice trampa y tal vez admita mi derrota».
No se inmutó en absoluto: su victoria se debía exclusivamente a su habilidad, no a ningún truco.
«¡Tú!», balbuceó él, con la frustración apagando su voz. Abrió la boca de nuevo, pero no salió nada creíble.
Christina arqueó una ceja, con voz burlona.
«¿Sin palabras? ¿No tienes ninguna prueba?».
El hombre delgado lanzó un farol desesperado.
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