De Exesposa Humilde a Magnate Brillante - Capítulo 350
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Capítulo 350:
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Tomando la iniciativa, el hombre delgado golpeó la mesa con la taza y la levantó con un gesto teatral. «¡Tres triples, eso hace tres!», declaró con una amplia sonrisa de satisfacción. «Eso significa que has perdido».
Con una calma ensayada, Christina dejó su taza con un golpe seco justo al lado de la de él. Se inclinó hacia él, sin mostrar ningún signo de nerviosismo.
«Quizá deberías esperar para aplaudir».
A su alrededor, la multitud se agolpaba, con todos los ojos fijos en la mesa. Nadie podía imaginar cómo se podía ganar con tres unos, la tirada más baja que existía.
«¿Cree que puede ganar con una tirada más baja que tres unos? Se ha vuelto loca».
«Solo está ganando tiempo, sabe que no hay salida».
«Si te han ganado, acéptalo. Fingir confianza ahora no sirve de nada».
«Alargarlo solo empeorará tu vergüenza. ¿En qué está pensando?».
La confianza en sus posibilidades era casi inexistente entre los espectadores. Nadie podía imaginar una tirada más baja que tres unos. Incluso si la igualara, la casa seguiría ganando.
«Veámoslo, entonces. Esta ronda es mía, no hay suspense». El hombre delgado se inclinó, incapaz de contener su emoción.
Sin inmutarse, Christina mantuvo su serena sonrisa.
Con todas las miradas fijas en ella, levantó suavemente la taza y, cuando los dados quedaron finalmente a la vista, el espacio se congeló en una incredulidad atónita. Un grito ahogado colectivo atravesó el aire. Por un momento, todos se preguntaron si la magia se había apoderado del lugar. Una pila impecable de dados se mantenía en pie, solo se veía la cara superior: un punto rojo brillante.
«¡Ha conseguido un punto! ¡Le ha ganado!».
«¡Eso solo lo había visto en las películas, nunca en persona!».
«Equilibrar los dados ya es bastante difícil, pero ¿alinear todas las caras? ¿Cómo demonios lo ha conseguido?».
Una segunda ola de asombro recorrió la multitud. Todas las caras de los dados estaban alineadas con una precisión imposible. Si no hubiera agitado el vaso delante de todos, nadie habría creído que no estaba amañado.
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El hombre delgado se quedó boquiabierto, con una expresión de incredulidad en el rostro. Parecía que acabara de ver un fantasma.
La acusó exclamando: «¡N-no! ¡No puede ser! ¡Debes haber cambiado los dados! ¡Tienen que estar pegados o algo así!».
La desesperación lo llevó a lanzarse sobre los dados, ansioso por demostrar que había habido juego sucio, aunque solo fuera para reclamar la victoria por defecto.
En lugar de detener al hombre delgado, Christina observó con total compostura mientras él inspeccionaba los dados.
El hombre delgado dio la vuelta a cada dado y examinó todos los lados en busca de pruebas de un truco, pero los dados se separaron fácilmente: no había nada sospechoso. La confusión se apoderó de su rostro.
«¿Cómo… cómo lo ha hecho?», susurró, completamente desconcertado.
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