De Exesposa Humilde a Magnate Brillante - Capítulo 141
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Capítulo 141:
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Davina frunció el ceño y dio un paso atrás. El olor de los tres borrachos la golpeó con fuerza: sudor y alcohol mezclados en un hedor nauseabundo. Se aferraba al aire como la podredumbre.
Uno de los borrachos habló. «Eh, guapa. ¿Estás sola? Únete a nosotros para tomar una copa, invitamos».
Sus compañeros se apresuraron a intervenir. «Sí. Y parece que nos estabas esperando. Incluso has traído cartas. Qué detalle».
«Nos vamos a la siguiente ronda de diversión, nena. Ven con nosotros. Haznos felices y te pagaremos bien».
Tres borrachos barrigones sonreían como lobos con trajes baratos. Sus ojos recorrían el cuerpo de Davina, hambrientos y desvergonzados.
Davina sintió náuseas. Era como si sus miradas pudieran desnudarla, lascivas, repugnantes e invasivas.
Uno de los borrachos insistió al ver que ella no respondía. «¿Qué vas a hacer, preciosa? ¿O quieres que te tiremos un poco más de pasta?». Entonces todos se echaron a reír con una risa estridente y obscena. El sonido le puso los pelos de punta.
El más bajito, regordete y sudoroso, se frotó la barbilla mientras le miraba el pecho. «Mientras nos hagas llegar al clímax, el dinero no es problema».
El calvo intervino. «Si nos satisfaces a los tres a la vez, te daremos diez mil cada uno. Más si lo mereces. Somos generosos».
El tercer borracho sonrió con aire burlón. «Tienes buen aspecto, cariño. Por eso te hacemos la oferta. La mayoría de las chicas no tienen esta oportunidad».
Davina apretó la lengua contra la mejilla y agarró las cartas con fuerza. Se le estaba agotando la paciencia. Esos borrachos y feos idiotas se comportaban ahora como si fueran los dueños del mundo. ¿De verdad creían que no los pondría en su sitio?
Dio un paso adelante lentamente, con una pequeña sonrisa en el rostro. Sus ojos se fijaron en el más bajito. Los tres borrachos se animaron, confundiendo su sonrisa con interés. Su entusiasmo era casi ridículo.
«¿Diez mil de cada uno?», preguntó con una dulce sonrisa.
«¡Por supuesto!». Sonrieron ampliamente, mostrando sus dientes amarillos y manchados. Sus mentes estaban sumidas en la sartén de la locura.
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El más ansioso extendió la mano, esperando atraerla hacia él. «Ven aquí, preciosa. Solo un beso. No puedo contenerme más».
La sonrisa de Davina se volvió fría. Sin previo aviso, levantó la pierna y le dio una patada.
«¡Uf!», gritó él al caer al suelo, agitando los miembros como una ballena varada. Gimió de dolor, revolviéndose de un lado a otro.
Ralphy, que observaba desde cerca, estaba listo para intervenir, pero se quedó paralizado a mitad del movimiento. Levantó las cejas, sorprendido. Había visto a Christina en acción. Ahora, al presenciar las habilidades de Davina, se dio cuenta de que ella tampoco era ninguna damisela. A juzgar por su postura, parecía que no necesitaba su ayuda en absoluto. Se apoyó contra la puerta de cristal de la tienda y encendió un cigarrillo. Sus ojos permanecieron fijos en ella, entrecerrados con silencioso interés.
Davina cruzó los brazos y sonrió con aire burlón. «Una patada, ciento cincuenta. Un puñetazo, cien. Acércate si te atreves».
«¡No te quedes ahí parado! ¡Coge a esa zorra!», gritó el que estaba en el suelo, con la cara roja de furia. Dudaba que esa mujer aparentemente delicada pudiera con los tres.
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