De Exesposa Humilde a Magnate Brillante - Capítulo 1269
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Capítulo 1269:
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Por un instante, imaginó a su madre sonriendo, acortando la distancia, envolviéndola en una calidez que no había conocido en años. Si tan solo su madre estuviera allí… Juró que nunca volvería a ser esa niña huérfana.
Después de que la enviaran al campo cuando era niña, los otros niños le habían tirado piedras y se habían burlado de ella, llamándola indeseada. Pero ella no era indeseada, solo había perdido a su madre para siempre. Su madre la había amado con locura y nunca había tenido intención de abandonarla.
Abrumada, Davina dio un paso adelante, desesperada por recuperar las cenizas de su madre.
De repente, unas furgonetas negras frenaron en seco cerca de allí y salieron de ellas varios hombres.
En cuestión de segundos, ella y sus dos guardias se vieron rodeados por más de veinte hombres corpulentos.
Sus guardaespaldas se colocaron en posición, formando un escudo a su alrededor.
—Señorita Morris, busque un hueco y salga de aquí. Nosotros los mantendremos a raya —ordenó uno de los guardias, con la mirada fija y sin miedo ante los recién llegados.
No eran matones comunes, sino matones profesionales, un peldaño por encima del resto.
Una pelea podría abrumarlos fácilmente y dejar a Davina expuesta. Su prioridad era protegerla a toda costa: Christina la apreciaba y estaban dispuestos a morir por ello.
«Christina os ha enviado para protegerme. No me iré sin vosotros», dijo Davina, con tono tranquilo pero firme. No iba a acudir a esta reunión a ciegas. Esta vez no.
Había venido preparada para todas las artimañas que la vil familia Murray pudiera idear.
Antes la habían pillado desprevenida, pero esos días habían quedado atrás. Su tranquila determinación encendió una llama en los ojos de sus guardaespaldas; su lealtad se convirtió en resolución.
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Morirían antes de permitir que le hicieran daño.
Conrad soltó una risa burlona y aguda. —¡Ninguno de ustedes saldrá vivo de aquí! —gruñó, empujando a los hombres que había convocado para rodearlos.
Terence se pavoneó detrás de él, con el pecho hinchado de orgullo. —¡Ese es mi chico! ¡Una jugada brillante! —exclamó, dándole una palmada en el hombro a Conrad.
«Entregad el antídoto, ahora mismo, o nos aseguraremos de que lo lamentéis», ladró Nelly, enderezando los hombros y poniendo las manos en las caderas.
«Mamá, no malgastes tu aliento. Quitárselo y ya está», escupió Katy, con los ojos ardientes de rencor.
El dolor de la humillación del restaurante Morfort aún ardía entre ella y su hermano, y ambos ansiaban venganza.
Querían que Davina sufriera, y también la mujer que se había atrevido a acompañarla al restaurante ese día.
—¡Exacto! Somos más. ¿A qué esperamos? ¡Quítaselo! —dijo Terence con una risa cruel.
Davina ladeó la cabeza, con una leve sonrisa burlona en los labios. —¿De verdad creéis que he traído el antídoto auténtico?
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