De Exesposa Humilde a Magnate Brillante - Capítulo 1234
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Capítulo 1234:
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«Cariño, déjame…».
Davina abofeteó a Nelly, interrumpiéndola a mitad de la frase.
La cara de Nelly se quedó en blanco por la sorpresa. Una marca roja brillante de la bofetada floreció en su mejilla. Un dolor ardiente se extendió desde su mejilla hasta lo más profundo del hueso, haciendo que incluso le palpitara la mandíbula.
«¿Quién demonios te crees que eres para llamarme cariño? ¡Solo tuve una madre y está muerta! ¿Quién eres tú? ¡Cómo te atreves a intentar sustituirla! ¿Te crees digna de ello?».
Davina la miró con puro desprecio y repugnancia escritos en su rostro.
Todos tardaron un momento en recuperarse de la sorpresa.
—¡Davina! ¿Qué demonios estás haciendo? Aunque solo sea tu madrastra, ¡sigue siendo tu madre legítima! —Terence la miró con ira, con el rostro enrojecido por la rabia.
Insultar a Nelly era como escupirle directamente en la cara.
Él era su padre, y ese tipo de falta de respeto era totalmente inaceptable.
—No pasa nada, cariño. Ella me odia. Es natural que me pegue. Si eso la hace sentir mejor, puede abofetearme tantas veces como necesite —dijo Nelly con voz herida y lastimera.
Por dentro, hervía de odio, pero fingía generosidad, con la esperanza de que Davina se casara en lugar de su propia hija.
Al instante siguiente, la mano de Davina se extendió y agarró a Nelly por el cuello.
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Antes de que Nelly pudiera siquiera jadear o gritar de sorpresa, unas fuertes bofetadas resonaron en el aire.
«¡Palmada! ¡Palmada! ¡Palmada!».
La palma de Davina golpeó una y otra vez, cada golpe más fuerte que el anterior, dejando a Nelly aturdida y tambaleándose por la sorpresa. El mundo daba vueltas y las estrellas estallaban ante los ojos de Nelly, cuya mente se sumió en un caos total.
«¡Smack! ¡Smack! ¡Smack!».
Davina golpeó varias veces más, con la palma de la mano en carne viva y dolorida, pero el dolor en su mano no logró apagar la tormenta de odio que se desataba en su interior.
Esto era solo el principio: tenía la intención de destruir completamente a su familia y dejarlos sin nada.
Terence finalmente salió de su aturdimiento. Al ver el rostro hinchado de su esposa y la sangre que le goteaba por la comisura de los labios, entró en pánico y se apresuró a empujar a Davina hacia atrás.
«¡Basta!», rugió, obligándose a contener las ganas de golpear a Davina.
Enderezándose, adoptó el aire de patriarca de la familia y ladró: —¡Pídele perdón a tu madre ahora mismo!
«No merece ser llamada mi madre, ni siquiera madrastra», dijo Davina con frialdad, levantando la barbilla en señal de desafío.
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