De Exesposa Humilde a Magnate Brillante - Capítulo 1231
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Capítulo 1231:
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«¿Qué?», gritaron Terence y Nelly al unísono. Se pusieron de pie de un salto y prácticamente se abalanzaron sobre el guardia. «¡Repita eso! ¿Cómo dijo que se llamaba?».
El pobre guardia tartamudeó, temblando. —Ella… dijo que se llamaba Davina Morris. Y que es su hija…
Antes de que pudiera terminar, Nelly le dio una bofetada.
«¡Idiota! ¿Por qué no lo dijiste enseguida?».
La mejilla del guardia le latía donde le había golpeado la mano de Nelly. La furia se enroscaba en su pecho, pero tuvo que tragársela.
Desafiar a una familia tan poderosa como los Murray era poco menos que un suicidio.
—Mis más sinceras disculpas, señora. No volverá a ocurrir —balbuceó, inclinándose rápidamente en señal de sumisión.
—Entonces regresa y tráela aquí —ordenó Nelly con frialdad.
—¡Sí, señora! —El guardia se enderezó de inmediato y se apresuró a obedecer.
Terence frunció el ceño, incrédulo. —Creía que estaba muerta. ¿Qué está pasando aquí?
Los labios de Nelly se curvaron en una sonrisa. —Que sea la verdadera Davina o no es irrelevante. Mientras la reclamemos como nuestra hija, nos servirá para nuestros propósitos.
Una mirada calculadora brilló en los ojos de Terence mientras esbozaba una lenta sonrisa. —Eres tan inteligente como siempre, querida. Ya que finge ser Davina, dejaremos que ella cargue con el peso del matrimonio concertado de Davina.
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Satisfechos con su engaño, la pareja se relajó y sus nervios se calmaron.
Para ellos, la verdad no tenía importancia, lo que importaba era la oportunidad. Fuera real o no, la chica pronto se casaría con Darian Lloyd.
«Ya pueden entrar», anunció el guardia, empujando la puerta con un chirrido metálico.
Davina miró su teléfono, escribió un breve mensaje y lo guardó en su bolso.
Enderezando los hombros, entró en el patio y su mirada se dirigió inmediatamente al lugar donde su madre había cuidado en otro tiempo un extenso rosal.
Pero todas habían desaparecido, sustituidas por un estanque poco profundo.
Cerca de ese mismo lugar, había habido una vez un columpio de madera que su madre construyó solo para ella, un pequeño regalo de felicidad que se balanceaba con risas.
Ahora solo había allí un grupo de árboles ornamentales, silenciosos e inmóviles.
Sin darse cuenta, Davina se acercó a ellos, con pasos vacilantes, mientras su mente se sumergía en el pasado.
En su mente, el columpio volvió a cobrar vida: el aire se llenó de luz solar, viento y risas.
Casi podía sentir las manos suaves de su madre en su espalda, empujándola más alto.
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