Amor en la vía rápida - Capítulo 1332
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Capítulo 1332:
🍙 🍙 🍙 🍙 🍙Los seis se dirigieron a la suite presidencial de Sean, que era espaciosa e ideal para su discusión.
En cuanto entraron, Xenia miró a Sean con admiración. Solo lo había visto desde lejos en Sacredice, así que estar tan cerca la hacía sentir feliz y emocionada. Miró a la mujer que estaba a su lado con desdén.
En cuanto entraron, Xenia miró a Sean con admiración. Solo lo había visto desde la distancia en Sacredice, así que estar tan cerca la hacía sentir feliz y emocionada.
Miró a la mujer que estaba a su lado con desdén. Solo una mujer; los grandes hombres no deberían conformarse con una sola.
—Sr. Scott, me salvó una vez. ¿Lo recuerda? —preguntó Xenia.
Sean la miró fijamente un momento antes de negar con la cabeza con sinceridad. «No, no me acuerdo».
Rápidamente se volvió para consolar a Norah. «Cariño, tengo que ocuparme de algo. ¿Por qué no te refrescas primero?».
Norah preguntó con una leve sonrisa: «¿Qué? ¿No se me permite estar al tanto de vuestra conversación? Me habéis estado ocultando vuestra identidad como líder de Sacredice, ¿verdad?».
—Quería dirigir tanto a Sacredice como a la familia Scott. Cuando alcancé la mayoría de edad, me hice cargo de ambos, y mi padre se fue a viajar por el mundo con mi madre.
El corazón de Norah se estremeció por él. Había asumido una responsabilidad tan inmensa desde una edad tan temprana. Dirigir tanto a Sacredice como a la familia Scott no debió de ser fácil.
Ella murmuró: —Sean, has hecho un trabajo increíble.
Él la miró, sorprendido. —¿No me culpas? Yo fui quien ordenó no aceptar tu caso en aquel entonces. En este momento de la verdad, sintió que era justo confesarlo todo.
—Investigué a tus padres, pero no encontré nada. Por eso nadie de Sacredice aceptó la petición de la familia Wilson.
—Ya veo —dijo ella en voz baja.
Hablar de sus padres ya no le causaba a Norah el dolor agudo que le causaba antes. Continuó: «Si el Sacredice podría haber ayudado o no, eso ya es pasado. Era una investigación sin salida, y yo estaba agarrándome a un clavo ardiendo».
«Lo siento mucho», susurró Sean, acercándola a él.
—Nunca quise engañarte. No sabía cómo decírtelo. —Norah presionó suavemente sus dedos contra sus labios.
—Está bien, Sean. Lo entiendo. No quiero que nos peleemos por esto.
Los tres diáconos intercambiaron miradas incómodas. Ahora estaba claro: Norah había descubierto el engaño de Sean.
Xenia, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas, levantó la cabeza. «Sr. Scott, nunca he olvidado su amabilidad desde el día que me salvó. Ahora, por fin, a su lado, debo darle las gracias como es debido».
Pero la atención de Sean estaba puesta únicamente en Norah; no podía oír ni una palabra de Xenia.
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