Sinopsis
El requiem de un corazón roto.
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El requiem de un corazón roto – Inicio
«Vamos, solo una vez más», dijo una voz baja y autoritaria, con un tono que denotaba urgencia.
Agotada y empapada en sudor, Rachel Marsh sintió que su cuerpo se levantaba una vez más. Los movimientos eran rápidos, impulsados por una necesidad apremiante. A pesar de la prisa del momento, logró recomponerse y levantó la cabeza lo suficiente para hablar.
«¿Y si dejamos de usar protección?», dijo en voz baja, con tono suave pero sincero. «He estado pensando… Quiero tener un bebé».
Brian White, su prometido, se quedó paralizado durante una fracción de segundo, con una expresión indescifrable. Pero la vacilación fue fugaz. Se inclinó, rozándole los labios con la oreja, y respondió con un tono frío y distante: «Tener un hijo lo complica todo. No estoy preparado para eso».
Rachel se mordió el labio, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas. «Pero nos vamos a casar pronto», dijo con voz temblorosa por la emoción. «Tus padres han estado hablando de que quieren nietos. No puedes decir que es imposible, ¿verdad?».
Una familia con Brian era lo que Rachel siempre había soñado, pero su actitud fría e inflexible la hacía sentir pequeña e insignificante.
Tragó saliva y asintió lentamente. «Está bien. Hablaremos de ello más tarde».
La expresión de Brian se suavizó ligeramente, como si la tensión entre ellos se estuviera disipando. Pero antes de que pudiera hablar, sonó su teléfono, interrumpiendo abruptamente el frágil momento.
Una voz suave y vacilante se escuchó a través del altavoz tan pronto como Brian respondió. «Brian, siento mucho molestarte tan tarde… Me tropecé en la sala y me lastimé el pie. Si estás ocupado, yo…».
Era Tracy Haynes, el primer amor de Brian. Antes de que pudiera terminar, Brian la interrumpió con voz firme pero amable. —Espera, voy para allá en un minuto.
—Oh… No quería interrumpirte con Rachel. Si es un mal momento, puedo coger un taxi —respondió Tracy.
—No te preocupes —la tranquilizó Brian con voz suave y firme—. No te preocupes.
Rachel, que había escuchado la conversación, no pudo reprimir la risa amarga que brotó de su interior.
En el cuarto de baño, tenuemente iluminado, el vapor se acumulaba en el aire. Ambos estaban empapados, sus cuerpos muy cerca, y la intimidad entre ellos era innegable. Todo estaba en su sitio y el ambiente era perfecto.
Pero mientras Rachel estaba allí de pie, se dio cuenta de algo que la golpeó como una fría verdad. Ser favorecida era un privilegio que nunca conocería. Se trataba de excepciones, de romper todas las reglas por una persona, y esa persona nunca sería ella. La atención, el cuidado y el amor de Brian eran para otra persona, para la mujer a la que siempre había querido, la que siempre tendría un pedazo de su corazón. La ironía de todo ello la asfixiaba.
Pronto, Brian envolvió a Rachel con una gran toalla, cuya suave tela envolvía su esbelto cuerpo. Sus manos eran suaves, casi tiernas, mientras la secaba. —Te llevaré a la cama —dijo con una voz inusualmente suave—. Deberías descansar.
Pero sus palabras fueron como un cubo de agua fría, apagando el calor que había quedado entre ellos. El corazón de Rachel se hundió. ¿Se iba a marchar para volver a ver a Tracy? Rachel apretó los puños con fuerza y su cuerpo se tensó.
Después de un largo momento, algo dentro de ella se rompió. Dio un paso adelante con desesperación, sin que su mente pudiera seguir el ritmo de sus acciones.
Sin pensar, abrazó a Brian con fuerza, con voz suave pero temblorosa. —Quédate conmigo esta noche… Por favor, no te vayas.
Brian se quedó desconcertado, su cuerpo se tensó momentáneamente por la sorpresa. Pero la vacilación solo duró un segundo. Rápidamente recuperó la compostura y le acarició suavemente el pelo, con voz tranquila pero firme. —No seas caprichosa, Rachel. Está herida. No es algo que pueda ignorar.
«Pero yo también te necesito», suplicó Rachel, con los ojos rojos y brillantes por las lágrimas contenidas. Se mordió el labio con tanta fuerza que se hizo sangre. «Solo esta vez, quédate conmigo».
Brian suspiró, su voz se suavizó, pero seguía siendo firme. «Siempre has sido comprensiva. No me lo pongas difícil».
Pero esa noche, Rachel no quería ser comprensiva. Solo quería que él se quedara.
—Brian —susurró ella, apretando con fuerza mientras lo miraba, con la desesperación reflejada en su rostro.
Brian negó con la cabeza, y su voz se volvió más fría. —Escucha, Rachel, tienes que dejarlo ir.
Rachel negó con la cabeza, con el corazón latiendo con fuerza, sin querer ceder.
—¡He dicho que lo dejes ir! —La expresión de Brian se endureció en un instante, y sus labios se apretaron formando una línea fina. Con un agarre firme, le abrió los dedos uno a uno, con tanta fuerza que ella se estremeció de dolor.
El corazón de Rachel se encogió en su pecho, pero no pudo aguantar más. Soltó una risa suave y amarga, casi burlándose de su vulnerabilidad. Lentamente, soltó el agarre, con los dedos temblorosos por el esfuerzo, y finalmente, el peso de su derrota se apoderó de ella.
—Volveré pronto —dijo Brian con tono seco, mientras se daba la vuelta y se alejaba sin mirar atrás.
—¿Volverás pronto? —Esas palabras sonaban vacías, como algo que se le diría a un niño para consolarlo. Tracy lo había llamado innumerables veces antes y él siempre había acudido a ella. Nunca volvía pronto.
Mientras Rachel permanecía allí de pie, la verdad se posó sobre ella como un pesado manto. Brian no quería que ella tuviera un hijo suyo, probablemente por culpa de Tracy. Al fin y al cabo, ella era la que siempre había tenido la llave de su corazón, la que él amaba profundamente, la mujer a la que no podía olvidar, la que nunca borraría de su memoria. Era su primer amor, el tipo de amor que nunca termina realmente. Así que, por supuesto, la trataba como un tesoro, aunque eso significara ignorar las necesidades y los deseos de Rachel.
Después de un largo y entumecedor momento, Rachel se dio la vuelta y se dirigió al cuarto de baño. Se metió en la ducha y dejó que el agua la bañara, aunque eso no sirvió para limpiar el peso que sentía en el pecho. Cuando finalmente se metió en la cama, las sábanas le parecieron frías y poco acogedoras. Por mucho que se diera vueltas en la cama, esta se negaba a calentarse. Era como si el vacío a su lado se hubiera filtrado en la misma estructura de la habitación, dejándola sola en un silencio escalofriante.
A las seis de la mañana, Rachel se despertó sobresaltada por el sonido de su teléfono. Aturdida, lo cogió y vio el nombre de Debby White, la madre de Brian, parpadeando en la pantalla.
—Ya se ha fijado la fecha de la boda —la voz de Debby era tan fría y fría como siempre—. Dentro de tres meses, es un buen día para casarse.
Rachel sabía que Debby no llamaba para consultarle, sino para informarle.
—Te llamo para recordarte que prepares a tus padres —continuó Debby, con tono seco—. Aunque mi familia es rica, no somos tontos. No creas que vas a ganar una fortuna con este matrimonio.
Rachel intentó mantener la voz firme. —De acuerdo, se lo diré a mi padre. No te preocupes, no te pediré ni un centavo.
Pero Debby no estaba nada satisfecha. Una risa burlona resonó al otro lado de la línea. «Desde luego, no mereces ni un centavo».
Rachel contuvo su frustración y escuchó sin dar explicaciones. Sabía mejor que nadie que, aunque pidiera dinero, acabaría en manos de su indiferente padre y su cruel madrastra, personas que nunca se habían preocupado realmente por ella.
—Realmente no sé qué ve Brian en ti —añadió Debby antes de colgar, con la frustración a punto de estallar—. Eres pobre, de clase baja y completamente anodina. Si no hubiera sido por la insistencia de Brian y la aprobación de su abuela, nunca habría aceptado este matrimonio.
Rachel se quedó mirando el teléfono, con las manos ligeramente temblorosas. Una sonrisa amarga se dibujó en sus labios, teñida de tristeza. Su compromiso con Brian le parecía un sueño, algo que le costaba creer que fuera real. Sin embargo, casarse con él era el mayor deseo de su vida.
Cuando Rachel tenía quince años, su madrastra la llevó a lo que ella decía que era una reunión de la alta sociedad. Pero todo era un engaño; acabaron en la finca de la familia White. Allí, Rachel fue empujada a la piscina, y la cruel trampa de su madrastra la dejó agitándose en el agua fría y sofocante.
Rachel estaba segura de que se ahogaría. Pero justo cuando la desesperación comenzaba a apoderarse de ella, un joven saltó a la piscina sin dudarlo. La atrajo hacia sí y, con sus fuertes brazos, la llevó a un lugar seguro, salvándola de las gélidas garras de la muerte. Cuando finalmente abrió los ojos, lo único que vio fue su figura alejándose, desapareciendo en la distancia. El elegante reloj negro que llevaba en la muñeca fue lo único que quedó en su mente.
Años más tarde, ese mismo reloj llevó a Rachel hasta él. Brian White, el hombre que le había salvado la vida, se convirtió sin saberlo en el hombre que conquistó su corazón. En agradecimiento por la vida que le había dado, ella le entregó su corazón sin reservas, con la esperanza de casarse con él algún día.
El sonido de unos pasos en la planta baja sacó a Rachel de sus pensamientos. Un momento después, la puerta del dormitorio se abrió con un chirrido. Brian estaba allí, con los ojos pesados por el cansancio y el traje arrugado y desaliñado.
Mientras Rachel veía entrar a Brian, su corazón se hundió al darse cuenta de lo que había pasado. Estaba claro dónde había pasado la noche, cuidando de Tracy otra vez. Había prometido volver pronto, pero allí estaba, con la ropa arrugada y un comportamiento demasiado familiar.
Rachel apartó la mirada, sin querer mirarlo. Pero Brian, aparentemente ajeno a su incomodidad, la atrajo hacia sí con mano firme. Sus fríos labios rozaron los de ella y su voz grave se suavizó cuando le preguntó: «¿Estás enfadada?».
Rachel permaneció en silencio, con la cara apartada. No podía ignorar el leve aroma del perfume de otra mujer que se aferraba a él ni la brillante y inconfundible marca de pintalabios en su camisa. La marca, sin duda de Tracy, le atravesó el corazón como una aguja.
—¿Todavía quieres a Tracy? —La voz de Rachel era suave pero firme cuando finalmente miró a Brian, con los ojos buscando la verdad.
Brian la atrajo hacia sí, abrazándola con fuerza. «¿En qué estás pensando?», murmuró con voz baja y tranquilizadora. «Tracy es especial para mí, pero solo es amistad, nada más».
Rachel no respondió a las palabras tranquilizadoras de Brian. Se limitó a mirarlo, con el corazón oprimido por preguntas sin respuesta. Lentamente, rompiendo el silencio, preguntó: «¿Y yo, Brian? ¿Me quieres?».
– Continua en El requiem de un corazón roto capítulo 1 –